En la segunda mitad del siglo XX explotó, en muchas naciones, en casi todas las denominaciones cristianas, prácticamente al mismo tiempo, un movimiento del Espíritu Santo, un movimiento de renovación y restauración de la Iglesia.
De renovación, porque produjo una nueva frescura en la comunión y las expresiones de amor entre los santos, una mayor libertad y profundidad en el culto a Dios, la vivencia de un cristianismo práctico en la experiencia cotidiana, un énfasis gozoso y equilibrado en los dones y las manifestaciones del Espíritu.
De restauración, porque antiguas verdades de la Palabra de Dios, olvidadas o adormecidas en el tiempo, fueron otra vez iluminadas. La Iglesia Primitiva fue un modelo a observar y a imitar. En ese contexto, el Reino de Dios, o sea el gobierno de Dios en las vidas de las personas y de la Iglesia fue el eje central de esta restauración de la verdad.
También fue un punto vital el redescubrimiento del Propósito Eterno de Dios: «Una familia de muchos hijos semejantes a Jesús», con énfasis en tres palabras muy importantes: calidad, unidad y cantidad. En medio de este cuadro, la Gran Comisión del Señor de hacer discípulos a todas las naciones tomó una dimensión superlativa como la estrategia de Dios para la extensión de su Reino y el cumplimiento, aquí en la tierra, por medio de la Iglesia, de su Propósito Eterno.
Somos parte de este mover del Espíritu de Dios, aquí, en la ciudad de Rosario, Argentina. Nuestras vidas han sido enriquecidas por preciosos hombres de Dios, como Keith Bentson, Iván Baker, Jorge Himitian, Orville Swindoll y Angel Negro, entre tantos otros.
Nuestra convicción profunda es que este proceso que Dios mismo comenzó hace cuatro décadas culminará con la manifestación gloriosa del Señor Jesucristo en su segunda venida. Nunca más apropiadas las palabras del profeta Hageo:
«La gloria postrera de esta casa será mayor que la primera, ha dicho Jehová de los ejércitos»